Te lo conté así: “Ha empezado a
sonar Love is all around en la
tienda, la de Wet Wet Wet. Sabes cuál es, ¿no? La de Cuatro bodas y un funeral, un clásico. Claro, irremediablemente, me he puesto a tararearla. Ya sabes cómo de payasa soy a veces. Y me he dado cuenta
de que al otro lado del estante había un chico que la estaba cantando también, mientras
ojeaba libretas. Estaba incluso deslizando los hombros al ritmo de la canción. Todo
muy cómico, sí. Entonces, él ha levantado la mirada, nos hemos visto el uno al
otro, y los dos hemos empezado a reírnos, medio avergonzados, medio
maravillados de que hubiera otra persona haciendo el tonto de la misma manera justo
enfrente. Es una idiotez, pero me ha resultado muy gracioso”.
Tú contestaste: “¿Y ya está?
Deberías haberle seguido, no sé, haberle dicho algo al menos. Esas cosas no pasan
porque sí. ¿Y si ese chico era el hombre de tu vida?”
Yo pensé: “Este tío es un
capullo”.
Pero me limité a darle un trago a
la cerveza, y a seguir sintiéndote hasta con los diez dedos de mis pies.
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