30 junio, 2014

261 minutos



Todos bailan sabiendo que en poco tiempo acabará la música. Se buscan miradas ajenas entre el humo y los artificiales relámpagos de luz. Y se tropiezan los ojos y los labios; los labios y el deseo; los labios con los labios. Saldrán de allí acompañados, pero solos, como siempre. En su cabeza quedará grabada la melodía de alguna canción hasta el día siguiente. Nunca la última, eso sí, porque para entonces ya estarán inmersos en lujuria, que habrá anulado los sentidos. El rincón del fondo a la izquierda. En un taburete de piel roja. Un trago más. Apoyándose en la espalda de algún desconocido. Contra la puerta del baño de chicos. Dentro del de chicas. Éxtasis. Bajando las escaleras. Ahora sí, junto a una puerta que acaba de convertirse en la de salida. Demasiado martilleo de vísceras: todo es rápido. Emprenden el mismo camino asidos de la mano, como necesitándolo, como necesitándose. Viajan juntos. Ellos aborrecen los trámites arduos, así es que el invitado se despide sin hacer ruido. Vuelve a casa intentando acordarse de aquella canción. En vano: ya es mañana. Desliza la lengua por su labio inferior y luego frota éste con su mellizo. Hace tiempo que piensa que los besos ya no saben como antes.



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