18 diciembre, 2016

Gravedad

Foto de Jose Trías

No sé qué sucedió antes, pero nada fue a la vez.

Lo hablamos mientras me acompañabas al punto intermedio entre tu casa y la mía. Que últimamente una de mis mayores dudas era dónde colocarme al pasar debajo de un edificio. Porque había visto macetas agonizar, despiezadas contra el suelo por culpa de un golpe de viento - había tenido que ser el viento-. "Bajo la cornisa": plan B. Pero también la cornisa podía ceder. Caer. Quedarse encima hasta ceder yo y matarme. "No quiero que nadie llore mi forme de morir", dije. ¿O fuiste tú?

"Tienes que conocer a M.", dijiste. Y un abrazo. Pero nunca llegué a conocer a M. Como dos electrones. "A M. le pasa lo mismo". Ese y otros miedos. Más miedos, muchos miedos. Dos electrones entrelazados. Infinitos miedos, todos los imaginables. Pánico. Saliendo de tu boca. Saliendo de ese abrazo. Saliendo de la mía. De la de M. "¿Tiene el mismo miedo?". Otro abrazo -otro día-.  "Pánico". Pánico. "Pero tranquila, la gravedad no te va a matar. La física está sobrevalorada", dijiste. ¿O fui yo?

Creedlo o no: esto nunca ha pasado.