Pero volvamos a ti.
Me pregunto si, antes de difuminarte, has pensado en mí como madre de tus hijos. ¿Hasta dónde hemos
llegado juntos? Me has abrazado, has cogido mi mano, me has besado en la
mejilla y en los labios. ¿Y qué más? ¿Hemos dormido juntos? ¿Hemos follado? ¿O
has preferido que lo llamáramos hacer el amor? Dime qué parte de mi cuerpo te
fascina; cómo te gusta que te acaricie; dónde nos gusta dormirnos por la noche:
cama o sofá. ¿Te gusta cómo huelo? Piensa en mis caras y responde, rápido: ¿cuántas
ves?, ¿cuál tengo cuando me sueñas? Quiero saber si te llamo por tu
nombre mientras lo hacemos. Dime si grito al correrme; si te susurro todo lo
que me ha encantado; cómo de hondo clavo mis uñas en tu espalda. Contesta: ¿cuántos hijos hemos
tenido? ¿Los cuidé bien? ¿Os cuidé bien? ¿Fui una buena madre, una buena
compañera? Te sonreía antes de acostarnos y deseaba, de verdad que lo hacía,
que durmieras bien. Lo hago cada día.
¿Te toqué como nadie?
Porque tú sí.
Tú tocabas mis costillas como teclas
de un piano. Me agarrabas el pelo sin rozarlo siquiera. Encajabas y
desencajabas mis facciones a tu antojo, y sabías hacerme callar sin taparme la
boca. Por las noches venías a convertirte en mis sábanas: aún almaceno ese
candor.
Yo no fui la madre de los hijos
que tuviste.
Pero tú y yo hemos paseado
juntos. Tú me has mirado con los ojos muy abiertos, y me has besado. Hemos
paseado rápido y despacio, cogidos de la mano.
Tú me has sacado las tripas. Las has acariciado. Y me has vuelto a besar.
Pero volvamos a ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario