29 agosto, 2014

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"Era evidente que a Yves las viejas casas, las viejas calles, le gustaban tanto como a ella. Se imaginó deambulando en su compañía por los muelles del Sena en la penumbra y la soledad del atardecer, cuando los faroles de las gabarras se encienden a lo largo del río... Emocionada, pensaba en los pequeños cafés de la orilla que le habían llamado la atención al volver en coche de una visita en la Rive Gauche. Allí nadie los descubriría. Comprarían castañas en los puestos callejeros. En las tiendas de antigüedades encontraría pequeños recuerdos absurdos, caros y encantadores, y libros -a ambos les gustaban las antiguas encuadernaciones y las páginas amarillentas y comidas por la polilla- para "su casa". Otras veces, Yves la llevaría al campo, a los plateados bosques de Fontainebleau, y cuando llegara la primavera, se las arreglaría para ir a comer con él a las afueras, bajo un cenador, a la orilla de un estanque donde croarían las ranas."


 El malentendido, Irène Némirovsky



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