Hoy ha
sido domingo y hemos ido al limbo (también al que empieza con mayúscula). En
el limbo nos han invitado a un pom-pom. Un pom-pom es un chupito de vodka y
tónica. Antes de llevarse el vaso a los labios, hay que taparlo con la mano y
golpearlo dos veces en la mesa, para que el líquido burbujee. Así es que, casi
desconocidos, hemos brindado los ocho que habíamos coincidido en la barra. “Te
deja chisposo”, nos han dicho. Luego, nos hemos estado riendo largo rato. Casi tres horas
después, eran las nueve y media cuando el hombre nos ha preguntado qué hora era
y nos ha dicho que nos apresuráramos para volver a casa, ahora que estaba dando una
tregua el tiempo. Nos ha hecho salir al patio y mirar al cielo para
comprobarlo. Se veían muchas estrellas, pero nunca bastantes, como siempre.
A mitad del camino de vuelta, he visto que aparte de estrellas había una
inmensa luna comiéndose la noche. He llegado a casa y olía dulce: ayer, el hombre
del puesto de flores de la Corredera me regaló un tallo
de jacinto y dos bulbos de tulipán. También me dejó hacerle varias fotos y me contó que por mucho que
se quejen, hay un decreto “tan antiguo y tan mal redactado” que nada ni nadie
podrá hacer que deje de vender sus flores en la acera de fuera del mercado, en
lugar de dentro. Con todo -paradoja- es el presidente de los comerciantes del Sánchez Peña. Me he sentado en el sillón, he abierto un libro nuevo, y entonces he tenido la sensación de que los domingos por la noche son perfectos para iniciar lectura. Cita de inicio: “El
hombre no tiene una sola y única vida, sino muchas, enlazadas unas con otras, y
esa es la causa de su desgracia”, firma Chateaubriand. Mientras, en el salón sigue
oliendo a jacinto, y el jacinto sigue oliendo a nuevo. Quedan cuarenta y un minutos para que acabe el domingo.
3 comentarios:
Gracias
¿A mí?
Sí, a ti.
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