Queda polvo
en el hombro de mi abrigo. Lo sacudo con cuidado y abrocho el último botón. Los
pasos andan solos.
Llego donde
siempre.
Tú
tarareabas aquella canción el primer
día que salí por esa puerta, y yo llevaba
puesto el mismo abrigo.
Me siento
donde siempre.
Tengo que
buscar otro lugar donde esperarte, porque nunca me encuentras ya.
Tengo que. Tendría
que. Tendríamos que no. Pero hicimos.
Deshacer.
Deshacer.
Desandar.
Llenar de
polvo cada hilo mi abrigo.
Llenarme de
polvo la cabeza.
Borrar todo
rastro de aquella canción.
Traspasar esa puerta. Entrar. Me siento.
Tampoco aquí
vas a encontrarme, pero ahora tarareo yo, y mantengo la casa un centímetro abierta, y me dejo el
abrigo puesto, por si algún día vuelves donde siempre y es aquí donde estoy.
Agito la cabeza y sigue ahí. Una y otra vez, y el suelo se llena de pelusa.
Agito la cabeza y sigue ahí. Una y otra vez, y el suelo se llena de pelusa.
1 comentario:
Joder sobrina, cada vez me sorprendes más agradablemente. Pienso en tu originalidad de cómo planteas el asunto poético y, en ocasiones, me viene a la mente César Vallejo, pero no, pienso que tu lenguaje ha nacido después que el peruano muriera y, además, viene de más lejos. ¿Puede ser?
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