04 diciembre, 2013

Polvo

Queda polvo en el hombro de mi abrigo. Lo sacudo con cuidado y abrocho el último botón. Los pasos andan solos.
Llego donde siempre.
Tú tarareabas aquella canción el primer día que salí por esa puerta, y yo llevaba puesto el mismo abrigo.
Me siento donde siempre.
Tengo que buscar otro lugar donde esperarte, porque nunca me encuentras ya.
Tengo que. Tendría que. Tendríamos que no. Pero hicimos.
Deshacer.
Desandar.
Llenar de polvo cada hilo mi abrigo.
Llenarme de polvo la cabeza.
Borrar todo rastro de aquella canción.
Traspasar esa puerta. Entrar. Me siento.
Tampoco aquí vas a encontrarme, pero ahora tarareo yo, y mantengo la casa un centímetro abierta, y me dejo el abrigo puesto, por si algún día vuelves donde siempre y es aquí donde estoy.

Agito la cabeza y sigue ahí. Una y otra vez, y el suelo se llena de pelusa.



1 comentario:

Prudencio Salces dijo...

Joder sobrina, cada vez me sorprendes más agradablemente. Pienso en tu originalidad de cómo planteas el asunto poético y, en ocasiones, me viene a la mente César Vallejo, pero no, pienso que tu lenguaje ha nacido después que el peruano muriera y, además, viene de más lejos. ¿Puede ser?