30 agosto, 2011

*photofinish


El camino entre nueve paradas de metro -transbordo incluido- a pie da para escuchar muchas canciones; da para escuchar muchas veces la misma canción; da para desempolvar las ganas de fumar e incluso para volver a fumar. Uno se cruza con mucha gente, adelanta a mucha gente, se queda por detrás de mucha gente. Y piensa, da tiempo a pensar mucho. En un trayecto de cuarenta y tres minutos, uno piensa mucho y en mucha gente, si recorre casi cinco kilómetros solo en una ciudad de más de tres millones de habitantes a las once de la noche. Y eso a pesar de que a veces la música ayuda a vaciarse y olvidar todas las cifras que le rodean a uno; borra las cifras, sí, pero escribe nombres: concretos, abstractos, comunes, propios: ciudades, calles, lugares, personas -¿siempre tiene que haber personas?-. Entonces, uno no se siente tan solo, aunque al instante le vuelve a caer encima el peso de un paseo nocturno, largo y rodeado de gente que va y viene, que se esquiva y a veces se roza. Pero que es gente y no son personas. Una novena -que es última- calada al cigarro y es desechado. Sientes que has tirado tres con setenta y cinco euros y aún otro euro más, por el fuego, en la primera tienda que has encontrado - y que vivan los chinos-. Pero llegas a casa, también sola, y te vuelve a apetecer -maldita sea- ese sabor ahumado. Y buscas la misma canción*, que ni siquiera te gusta, que apareció por obra y gracia del shuffle, y que no sabes qué hace aún en el ipod, pero que has escuchado cinco veces en los últimos cuarenta y tres minutos. Entonces, a pesar de que en ese momento toda la suerte, tu suerte, está a favor de que fuera justo al contrario, no te sientes solo. Y sin tener que -y sin querer- demostrar nada a nadie, sonríes al tiempo que suenan los últimos acordes de una canción que te ha vuelto a hacer llorar. Silencio.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Silencio, sí. Silencio.

http://www.youtube.com/watch?v=BfJmGpaL18k&feature=player_embedded

J.